Paul Valéry: "Monsieur Teste". Un avance por el retraso de la edición.

Monsieur Teste constituye, junto a Introduction à la Méthode de Léonard de Vinci, las Variétés, Mon Faust, Narcisse o l’Idée fixe, verbi gratia, un texto básico para desentrañar el pensamiento y la estética de Paul Valéry, no sólo en lo que se refiere a su obsesiva preocupación por el Yo, agudizada durante el último quinquenio del XIX, sino también para desvelar el ideario que más tarde desarrollará en su obra poética mayor. En el transcurso de una meditación sobre Leonardo da Valéry esta definición del filósofo:

Nuestro filósofo no puede resignarse a no absorber en su luz propia todas las realidades a las que querría asimilar la suya, o bien reducir en posibilidades que le pertenezcan. Quiere comprender; quiere comprenderlas con toda la fuerza de la palabra.

Y:

Vraiment l’existence des autres est toujours inquiétant pour l’esplendide egotisme d’un penseur.

El objetivo de Monsieur Teste no se encuentra muy lejos de un intento por perfilar a ese filósofo. En su anorexia expresiva o —por utilizar las palabras de Karel Teige— «precisión abstracta», Valéry descubre y nos descubre en Teste su propio monstruo: devorado por el secreto deseo de ser Dios, no puede soportar que exista algo que no sea él, y atribuye a los otros sus propios celos (el innominado interlocutor de Teste es, efectivamente, en su aparente penetración, un desecho intelectual, paradigma de la admiración idólatra del talento, claro que del talento de Teste; Madame Teste, ¿qué es sino el envés armónico de la esclavitud sujeta a la cadena de la inteligencia?) Hay en Monsieur Teste notables dosis de satanismo; aunque Valéry no lo afronta directamente, de forma tangencial, en cambio, esa inquietud, como un remordimiento, obsesiona a esta obra fundada en el horror de no ser única. A través de pánico semejante realiza la exégesis de Stendhal, a quien dedica un completo ensayo, y a través de ese horror podemos interpretar a Semíramis (para cuyo melodrama escribió Honegger la música), la cual se nos presenta como asesina de su amante en defensa de su propia singularidad; es decir, para que no exista su igual. Es también el mismo pavor el que sirve de principio para la creación divina y sus diferentes anomalías e inspira Le cimetière marin.
Este horror, complemento axiomático de quien o de lo que lo produce, no deja de tener un estrecho vínculo con el mito. La automitificación de Valéry sigue un proceso cuyo objetivo final es llegar a ser UNO («Peut-on composer un UN de tous ces moments et mouvements?») a través de diversas paradas reflexivas que en nuestro autor fijan los nombres de Vinci, Narciso (y Narcisse), Fausto… e incluso —o necesariamente— Descartes, figuras míticas todas, aunque de rúbricas diferentes: unas heredadas de un fondo literario y, en consecuencia, nacidas de rasgos estructurales predeterminados (Fausto, Narciso); otras convertidas deliberadamente en mitos a partir de préstamos históricos (Leonardo, Descartes, Mallarmé, Goethe) y, por fin, la enteramente valeryniana: Teste. Cualquiera que sea el pretexto, la finalidad es la misma: ser Él (Valéry) por encima de todo y de todos. Esta especie de «monstruo» («cabeza» y «testigo» en su doble acepción latina [=’testis’] con la que juega Valéry) constituye, desde el tratamiento valeryniano del concepto de mito, el resultado de la escritura como actividad creadora, la cual, por la naturaleza misma del lenguaje y por el uso que de él se hace, construye quimeras:

La parole est ce moyen de se multiplier dans le néant […] Tout notre langage est composé de petits songes (…) On ne peut même en parler sans mythifier encore, et ne fais-je point dans cet instant le mythe du mythe pour répondre au caprice d’un mythe? Oui, je ne sais que faire pour sortir de ce qui n’est pas […] tant la parole nous peuple et peuple tout.

Desde esta perspectiva, todo intento de reflexión en torno a la naturaleza del mito conduce casi inevitablemente a una reflexión sobre el funcionamiento del lenguaje, sobre la labor del lenguaje y, por tanto, del pensamiento. El resultado de tal meditación determina la verificación de una ley general que Valéry enuncia en los términos siguientes:

Le faux supporte le vrai; le vrai se donne le faux pour ancêtre, pour cause, pour auteur, pour origine et pour fin, sans exception, ni remède, —et le vrai engendre ce faux dont il exige d’être soi-même engendré.

Esta interdependencia es constatable en Monsieur Teste. La «ley» propuesta por Valéry toma cuerpo en la cabeza de Teste y en las testimoniales palabras de su quimera tricéfala (Teste, Madame Teste y el interlocutor/Valéry): «donner quelque idée d’un tel monstre, d’esquisser un Hippogriffe, une chimère de la mythologie intellectuelle.» En términos casi fáusticos, Valéry nos ofrece el autorretrato intelectual de un joven que sufría el «mal agudo de la precisión» y tendía al «insensato deseo de comprender…», de conocer y reconocerse tal como era. Al traductor inglés del «Ciclo Teste» le escribe, cuarenta años después de la redacción de la Soirée, que su proyecto era «faire le portrait littéraire aussi précis que possible d’un personnage intellectuel imaginaire aussi précis que possible»
Si Monsieur Teste representa el intelecto por excelencia (diríamos el paradigma del intelectual imposible), se conforma también como el que ve. Dice Teste: «Soy siendo, y viéndome; viéndome verme, y así sucesivamente.», palabras que nos recuerdan al Goethe descrito en el Discours, al Leonardo anterior a Teste («Léonard! Si juste! […] toi que savais te réveiller, toi qui te réveillais, ô pouvoir de voir toujours quelque chose de plus que la chose donnée, et de te voir la voyant!»), o al eco en la despedida de Mefistófeles («au revoir!… Voir, voir, voir…»), que constituye también la pasión y la perdición tanto de Narciso (el clásico) como de su Narcisse. Todos ellos de nuevo eslabones previos o consecuentes de un mundo de seres míticos heterogéneamente designados, aunque cada uno participa de la pasión del otro. Anhelo de conciencia, anhelo de lucidez, anhelo de lo posible, anhelo de analogía, Monsieur Teste es el extremo espécimen y, sobre todo, ajeno a los demás (por su anhelo de ser único, UNO) no en el contenido ni en los préstamos de los factores que lo caracterizan y que Valéry incorpora de los otros; sí en la forma de construirlo a partir de un perspectivismo triangular en el que —venerador de la palabra— introduce el estilo directo, el género epistolar, la reflexión filosófica, la poesía, la prosa poética y el aforismo; un ensayo polifónico y poliforme constructor de un ser marginal, anormal, inhumano, extraño/Ange… en el que a la pregunta, ingenua acaso, de De la Rochefoucault «(Valéry s’est-il ici dédoublé?)» cabe responder con un rotundo y concluyente SÍ. Valéry mismo atestiguará: «Il n’y a pas d’image certaine de M. Teste. Tous les portraits diffèrent les uns des autres.»
En su crítica (a la vez que autoestima) del ejercicio intelectual, Monsieur Teste presta una definición genérica del hombre de éxito (intelectual, se entiende) fundada en su capacidad de mentir. Este mensonger, sujeto a una especie de determinismo social, es obligado a ser lo que los demás quieren que sea. Teste manifiesta nítidamente —y condena— que el gran error del intelectual es considerarse a sí mismo individualidad transparente, proyectado fuera de sí. El intelectual auténtico, el hombre auténtico, deberá ser, en cambio, un perfecto desconocido de los demás para conservar su esencialidad —ser— contra las accidentalidades del estar y, más aún, frente a las del parecer. Y es en este sentido en el que inscribe su más sintético concepto de libertad: a Monsieur Teste le está permitido todo; nada lo aparta de su objeto; ni su sensibilidad ni la de los otros; ni los cánones sociales, morales o religiosos. Al ser completamente libre, rechaza la dependencia de cualquier actividad o demanda exterior: no desea poseer nada para evitar ser poseído por el objeto de su codicia. Este rechazo es ante todo rechazo del «otro». Monsieur Teste conoce, en efecto, que todo valor llamado «personal» nos es atribuido por los otros. Nuestras más comunes cualidades, así como las más elevadas son distinguidas por alguien que no es nosotros. Teste no quiere deber nada a nadie, sino a sí mismo, en un hiperbólico embargo de orgullo.
Planteado como un alegato contra el intelectualismo de corte burgués (el común: el que en falaz resolución confunde el acopio de información con una modelación del intelecto), Valéry adopta y desarrolla una actitud, empero, intelectualizada (claro que distinta), con un lenguaje complejísimo, de contenido criptosimbólico e investigación etimológica, en el que no faltan la sátira y el desdén. La indiferencia que toda voluntad creadora funda, según la cosmogonía valeryniana, en el Yo/UNO (o YO SÓLO) se pone con más claridad de manifiesto en Teste por medio, paradójicamente, del juicio de los otros (de Émilie Teste, de su amigo o del Log-book), en lo que constituyen marcas escriturales de su figura a la vez que condiciones que perfilan a un ser —en palabras de Magny— «homophilosophicus». Como Fausto, Leonardo, Narciso y las otras creaciones del ego scriptor, Teste ha servido a Valéry como campo de análisis para proseguir obstinadamente en el gran proyecto de explorar el funcionamiento del espíritu y de su poder. Éste es —o debe ser— primordialmente creador, debe poseer una fuerza creadora que Valéry ha trazado y descubierto en los seres con los que ha creído poder identificarse, tanto Goethe como Leonardo, por ejemplo, son análogos a Teste/Valéry. De Goethe dirá que es «notre soif de plénitude de l’intelligence, de regard universel et de production très hereuse […] à l’esprit une Figure créatrice […] qui est lui-même à la fin métamorphosé en Mythe.», y calificará a Leonardo como «étrange animal» y «cerveau monstrueux.» Como en ambos casos, la monstruosidad de Teste reside en la voluntad, la capacidad y la libertad de retener la copiosa diversidad de todo lo que el azar y su propio espíritu le proporcionan. El espíritu aspira a agotar lo posible, a hacer retroceder poco a poco el umbral de lo definitivo, de lo imposible. Intentar comprender a Monsieur Teste es emprender la tarea de penetrar en el conocimiento de un ser teórico que se nos presenta como el poder del espíritu, y Valéry llama a este ser «hombre universal», hombre límite, genio.

La «imposibilidad» de Monsieur Teste, sin embargo, es la gran falacia argüida por Valéry, pues su existencia se encuentra implícita en el texto; es, en definitiva, palabra, tal vez porque «la parole est ce moyen de se multiplier dans le néant (…) je ne sais que faire pour sortir de ce que n’est pas (…) tant la parole nous peuple et peuple tout.» Quizá Teste no pueda existir sino como aberración intelectual; no hay duda, en cambio, de que su creador sí, y sabemos de quién se trata.
(1998)

Paul Valéry, Monsieur Teste

Monsieur Teste, compendio de breves ensayos que Valéry elaboró a lo largo de treinta y cinco años, constituye en su conjunto un todo literario en el que destacan, sobre todo, la polifonía y el polimorfismo y en cuyo pretendido objetivo de conformar una definición del pensamiento no sujeto a causa moral alguna (original, único, prístino; esto es: hipérbole de la consecución utópica) vierte Valéry todos sus esfuerzos para, a la postre, poner de manifiesto, antes que nada, el extraordinario dinamismo de sus ideas.

Ésta es la única traducción española de la edición canónica original que el propio Valéry dejó sancionada.

(I.S.B.N.: 84-87240-18-6)