Alfonso Ortiz-Remacha: esculturas

sirenaAdvertir del tópico que encierra la simbología de Pigmalión para referir una aproximación significativa al contexto escultórico sería una pueril recurrencia. No lo es, empero, si la referencia que se toma en ese contexto es precisamente el ámbito del que el propio Pigmalión es miembro inequívoco. No lo es porque Ortiz-Remacha ha elaborado para su trabajo una envoltura mitológica cuyos axiomáticos contenidos reproduce en su excelente ejecución formal. Y lejos de reiterar la nomenclatura terminológica que exigiría la crítica común, el irritante descenso a la semántica del volumen, —v.g.—, de la dimensión, del sueño táctil… , es decir, de lo observable o evidente a través de unos ojos atentos; lejos de acudir a la profesionalización retórica, me interesa sobre todo el ámbito, la extracción, el traimiento, desde la distancia reveladora, de aquellos contenidos que dieron forma a la belleza imaginativa y viceversa, a la fantasía como réplica de la razón humana, tan atroz y excluyente que indujo al hombre a convertirse en poseedor de la mentira para mostrar otra verdad. Me interesa, por lo tanto, la Parténope fundadora de ciudades y proveedora de renovadas formas de existencia, el Hermes celador de los más hondos secretos de los dioses, los Epígonos vengadores de afrentas fundadas en la magia, el Centauro de la fábula, de los combates y sabio sanador, los Zeus raptores, iracundos y caprichosos… y tantos otros referentes que conforman el mundo de nuestras debilidades y ambiciones en una síntesis, además de hermosa, evocadora, envolvente a su vez de misterio necesario, de interpretaciones varias, de causas fecundadoras de una cultura que nos ha sido en buena parte transmitida a través de esa génesis de lo fabuloso.

Demos la bienvenida a la estrategia temáticZEUSa de Ortiz-Remacha.

La mitología clásica en la pintura y escultura actuales

Constituye la palabra el medio para poder expresar el espíritu de los hombres, todo lo que se encuentra más allá de la naturaleza humana; sentimos los mensajes y les buscamos una causa, pero éstos nos resultan ajenos y los interpretamos con nuestros medios en un intento por alejar la realidad intangible o por humanizar lo que interpretamos como sobrenatural. Si el mito nos condiciona, es porque de alguna manera nos identifica o porque nos invade dando forma a nuestra visión de las cosas. Dicho de otro modo: posee el mito una lógica interna que intenta comprender el mundo extranatural con los medios a nuestro alcance.
La característica primordial de la mitología clásica es su empeño por dotar a lo mágico y sobrenatural de atributos humanos; aproximar a nuestros referentes comunes los caracteres de lo maravilloso; hacer realidad tangible lo fabuloso. Toda referencia mitológica del contexto clásico nos es dada y conocida por el énfasis interpretativo, configurador, perfilador y característico que vertieron en sus obras Homero, Hesíodo y Ovidio. Su objetivo, finalmente conseguido y hoy concluyentemente sancionado, era dotar de realidad lo irreal; verosimilar lo increíble; dar crédito a lo que el primer gran mito de la humanidad (el logos) se había propuesto. Esta actitud carecería de sentido si no hubiera sido inspirada por el principio de la razón e impulsada por la palabra y, aunque con frecuencia traducía imágenes de lo improbable, otorgaba a éstas rasgos de probabilidad. Tal primitivismo tiene en la anticipación su profunda razón de ser: se ha conformado en el mito una historia paradigmática y, cuando no es así, el mito constituye una realidad que podría ser. Quimera es imposible, pero es hoy una realidad cultural tangible. ¿Deberíamos insistir en las mismas analogías de Caronte, Cerbero, Áyax, Palinuro, Átropos, Vulcano, Quirón, Hermes…? En todos los casos, su realidad existencial se basa en la palabra que los perfila, define y configura cerrando todos los umbrales a la difuminación, a la desconfiguración, a la deformación.
Esto dicho, me viene a la memoria una muestra artística que tuve ocasión de visitar en Madrid (en el Centro Cultural «Galileo», si no me equivoco) cuyo contenido se construía en torno al epígrafe que da título a este comentario, y la primera observación del enunciado pone de manifiesto una distancia referencial que, de momento, es sólo morfológica: «clásica» frente a «actuales»; sin embargo, el uso de ambos epítetos traduce, a su vez, una oposición: visión actualizada de los mitos y el entorno mitológico clásico. Cabe decir al respecto que la acotación «clásica» virtúa con necesidad el referente, pues nadie pondría hoy en duda que enmarcar o esculpir las figuras de Leonel Messi, Marylin Monroe o Mick Jagger sería, desde una perspectiva mitológica, tan procedente como las de Heracles, Helena u Odiseo. Puesto que el adjetivo, empero, signa un mundo referencial inequívoco, del mismo modo constituye una necesidad advertir ahora (puesto que no lo fue en la selección operística de aquella muestra) cómo algunos trabajos se descontextualizan. Al margen de la tremenda irregularidad cualitativa y de sus reiterados topos temáticos, resulta imperativo señalar que interpretaciones como las de algunos de los pintores y escultores, sin aludir, claro, a otras consideraciones técnicas, manifestaban no sólo una distorsión conceptual (admisible sólo en el ámbito privado), sino una dilución total de lo representado. Advertíamos que la finalidad del logos era precisamente concretar (realizar) las referencias abstractas, dar forma al caos, y en este sentido la comunión mito-logos coyunta buena parte de la realidad clásica y, naturalmente, de la realidad actual. Por ello mismo, deducciones como «Narciso», «Eternidad», «Andrómeda», «Aquiles y Patroclo en el mar Egeo» o «Puente hacia Ítaca» (rótulos que daban nombre a algunas obras) carecían de sentido; es decir, no podían argumentar ninguna base conceptual que no fuera la endógena exclusiva; ni siquiera podían argüir un fundamento artístico exegético (aunque sí, por supuesto, instrumental) al prescindir su ejecución del elemento referencial preciso. Desde luego, fue antes la gallina que el huevo. No teniendo presente esta respuesta resolutoria al popular enigma, los títulos que acabo de citar podrían igualmente contextualizarse en una muestra sobre historia del ferrocarril, sobre oceanografía, sobre la formación geológica de los Pirineos o cualquier otra que se nos ocurra. Bastaría para ello con modificar la forma del huevo, quiero decir la forma del epígrafe titular, pues se apoyan, en efecto, en una base verbal, nunca temática; se obvia el paradigma en favor de una sospechosa síntesis de índole privada; esto es: se subvierte la referencia sin sustitución o, lo que es lo mismo, son falsos.
Y es que el lenguaje, cualquiera que sea, exige códigos formales reconocibles; de lo contrario, se precipita al abismo de la falacia y del vacío.