Miguel Alberquilla (a su memoria)

ALBER 2

«Conócete a ti mismo», advertían los griegos. La labor a realizar consigo mismo se encuentra en el centro de aquella idea primordial que perdura hoy con la vigencia que es propia de las certezas universales, y lo inunda todo: la literatura, la filosofía, la ciencia y, cómo no, también el arte.

Buenas dosis de esta actitud indagadora se observan en la pintura de Alberquilla, en sus tamices (antes que tapices) intrincados, laberínticos, voraginosos. Un intento artístico que tiene su origen en su sí mismo ensimismado en encontrar el medio (aquí la pintura) para producir la selección de las fuerzas convenientes y obtener una síntesis personal, pero estética, determinada. Por medio de la pintura, Alberquilla, con criterio más especulativo que activista (más filosófico que pragmático, por tanto), tiende, mediante ese proceso de indagación geométrica, de constructivismo caótico, a integrar lo elegido y despreciar lo inútil. Llena y rellena el espacio, lo abruma, lo hinche, lo desborda —lo desmarca—… y nuestra única pesquisa para no capitular ha de apoyarse en echar una mirada generosa al vacío, es decir, al margen del marco; de este modo podremos observar cuál es el exterior baladí y encontrar, por contra, en la perspectiva geométrica, el tal vez desentrañamiento del sí mismo, de él mismo, de Miguel Alberquilla, de sus abismos.

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